La realidad de la mayoría de la juventud se caracteriza por una vida marcada por el signo de la crisis. Esto tiene una serie de implicaciones muy profundas en las condiciones materiales de la juventud y en su reflejo subjetivo. El signo de la crisis es el de la precariedad, la temporalidad, el riesgo, el miedo, la pobreza y la incertidumbre. Pero es, sobre todo, el símbolo más evidente de la decadencia y caducidad del capitalismo.
La bancarrota del proyecto socialdemócrata #
Esta crisis es también una bancarrota para el proyecto de la nueva socialdemocracia. La recomposición del bloque de poder por la que pugnaban ha terminado con un reparto similar al previo a la crisis de 2008, donde el sector a la izquierda del PSOE puede aspirar a poco más que ser su muleta. El estallido de la crisis no solo ha mostrado la bancarrota de la socialdemocracia y su proyecto de transformación “desde dentro” del capitalismo, sino también sus terribles consecuencias en la correlación de fuerzas para la clase.
La confianza en la vía institucional y su labor de gestión paraliza las luchas independientes de la clase y los sectores populares. Si en periodos de “crecimiento económico” se pueden conseguir determinadas concesiones, el carácter cada vez más profundo y destructivo de las crisis barre toda pequeña concesión encontrando, además, a una clase obrera aletargada y desorientada por la confianza y subordinación a la socialdemocracia política.
Esto hace que la clase obrera afronte el periodo de crisis actual con peores condiciones de vida que con anterioridad a la crisis de 2008. Algo que debemos subrayar como evidencia trágica de la bancarrota socialdemócrata hasta en lo que a conquistas más inmediatas se refiere, lo cual es un ataque claro a la línea de flotación del pragmatismo y posibilismo socialdemócrata.
Un sistema agonizante #
Las transformaciones en la realidad social que venían implantándose desde la crisis de 2008, anunciándose entonces como coyunturales, se potencian, cronifican y formalizan en toda su crudeza a raíz de esta nueva crisis. Estas transformaciones representan una “modernización del capitalismo”, una intensificación de las formas de explotación de nuestra clase. Es la realidad del trabajo a demanda y la individualización de las relaciones laborales ya mencionada, es la ausencia de protección social y el Estado como simple garante, a través de la transferencia de rentas públicas, de evitar que amplios sectores de la clase caigan en la pobreza más absoluta. Es la ausencia de acceso a recursos básicos como la vivienda, la transformación educativa plenamente colocada al servicio de la producción, el capitalismo “verde”, el aumento de los problemas de salud mental y su tratamiento individualizado, etc.
En este contexto se agudiza la tendencia a la reacción del capitalismo monopolista. Si por algo se caracteriza el momento político actual es por la sucesión de tres acontecimientos de dimensión histórica: la pandemia, la crisis y los conflictos imperialistas, generando no solo un contexto de cruda explotación y empobrecimiento, sino además de militarización y control estatal. Las retóricas belicistas que ya emergieron con la crisis sanitaria dejan de ser metáforas para convertirse en plena realidad con la agudización de los conflictos interimperialistas. El ambiente belicista favorece el aumento de la coerción estatal y la subjetividad general de miedo y parálisis. Un contexto especialmente favorable para la potenciación de las posiciones reaccionarias.
El crecimiento de las posiciones reaccionarias y de las formaciones ultraderechistas que alientan el enfrentamiento entre el último y el penúltimo, que promueven el odio y la discriminación contra sectores de nuestra clase por su nacionalidad o procedencia, género, orientación sexual… que quieren arrasar con todo derecho conquistado por la clase obrera para condenarnos a la más cruda explotación y violencia; debe encontrar una respuesta amplia y de masas, una respuesta que parte de la politización de los espacios de vida y trabajo para ahogar toda idea y organización reaccionaria desde su germen.
Combatir el desencanto, sembrar esperanza #
Frente a las lógicas del mal menor y de la “unidad” que buscan subordinar a la clase a los intereses de la burguesía, frente al derrotismo y la resignación, los CJC debemos realizar un intenso trabajo político que oponga una esperanza combativa, una confianza colocada en el potencial y la garantía transformadora de las propias fuerzas de la clase organizada, una ilusión revolucionaria que proyecta a través de nuestra propia acción de combate y creación los caracteres de la transformación radical del comunismo. Los comunistas, como destacamento avanzado de la juventud obrera, debemos denunciar cada forma de violencia y opresión del capitalismo, ilustrando su correlación mutua y génesis común en el modo de producción, ligando cada fenómeno particular con el mapa general del capitalismo para pasar a la enmienda a la totalidad del modo de producción y presentar simultáneamente un camino revolucionario.
Ese camino pasa hoy, en tanto que nos situamos en el periodo de respuesta a una nueva crisis capitalista, por que las coordenadas ideológicas que gobiernen la protesta y las luchas de crecientes sectores sean radicalmente distintas a las hegemónicas en la crisis anterior. Una respuesta que recupere la centralidad de la clase obrera como sujeto revolucionario, que sitúe el núcleo de combatividad, el epicentro político de la protesta, en los centros de trabajo, allí dónde se vive de manera más directa la contradicción capital-trabajo y donde se estructura de manera homogénea quien tiene un interés antagónico con los capitalistas. Frente al interclasismo, frente a la hegemonía pequeño burguesa, recuperar el papel dirigente del proletariado haciendo que sea del ámbito productivo de dónde parta la protesta social.
Esta centralidad es la que debe garantizar la hegemonía proletaria en la alianza social, en la unidad entre la clase obrera y los distintos sectores populares, unidad que debe orientarse hacia la denuncia global del sistema capitalista. Esta denuncia implica situar con claridad el carácter de clase del Estado y la necesidad, consecuentemente, de romper con la paz social que refuerza la socialdemocracia, de responder organizadamente a las medidas antiobreras y antipopulares.
Una nueva temporalidad y concepción de la política #
Esto implica a su vez una nueva temporalidad y concepción de la política. Estructurar una oposición independiente y revolucionaria al capitalismo exige una política que no se ejerce en las instituciones y parlamentos (por mucho que aspiremos a utilizarlos como altavoces agitativos), sino allí donde socializa nuestra clase. Una política con una temporalidad distinta, en tanto que queremos construir un ejército político para una transformación radical: vamos despacio porque vamos lejos.
Esta concepción, que ha de impregnar a círculos cada vez más amplios de la clase obrera y, particularmente, de su juventud, implica romper con el binomio calles-instituciones que caracteriza a la socialdemocracia. Nosotros debemos hacer comprender a las masas que no se trata, si se quiere lograr la plena emancipación de la clase, de articular movimientos de masas que inciden sobre las instituciones para que unos gestores políticos las cumplan o no según los márgenes de posibilidad del capital. Que se trata de confiar en nuestras propias fuerzas organizadas para imponer exigencias inmediatas, para que las decisiones las tomemos nosotros mismos democráticamente desde los centros de trabajo, de estudio y los barrios y para estar en disposición de superar este modelo socioeconómico. Que se trata de ir avanzando posiciones en la construcción de ese tejido organizativo propio que abarque cada vez más ámbitos de la vida social.
Para profundizar #
Lecturas #
- Transformemos la rabia en respuesta – Juventud Comunista
- Manifiesto Programa del PCTE
- 🚨 De la sirena de la fábrica al algoritmo: las nuevas formas de la explotación de siempre – Revista Juventud- Marina Lapuente